Skay Beilinson "La marca de Caín"

Hace casi cuarenta años, cuando el Mayo Francés empezaba a apagarse en las barricadas de la Sorbona, Skay Beilinson y su hermano mayor, Guillermo, llegaban a París como turistas accidentales. La recorrida derivó en adhesión adolescente a esos bravos estudiantes que intentaban cambiar el estado de las cosas. El tour terminó con la detención de los hermanos, una orden de deportación y un bastonazo infame en la mollera de Skay. Para el precoz guitarrita, aquel tatuaje policial que dejó el golpe empezó a instalarse en su vida como “la marca de Caín”. El mito bíblico, plagado de conexiones y enigmas personales, ahora reaparece para enmarcar el epílogo de la trilogía iniciada hace cinco años con A través del mar de los sargazos. A la falta de contenido de casi todo, el hombre de ojos azules parece contradecir el dogma del vacío con diez canciones que hablan de un futuro tenebroso. Desde la tapa, Rocambole pinta una ciudad en tinieblas, de donde un héroe de historieta emerge entre miradas espectrales mientras empuña una guitarra criolla. Los datos ilustrados trabajan una simbología que sigue la línea de caras fugitivas trazada en Oktubre. De eso trata la marca de Caín, un retrato sobre la resistencia a la opresión y el destino trágico con mueca de castigo divino. Es la última escala del viaje y la suerte ya está echada. Para completar el cuadro de secretos ocultos, Skay rebautizó a su banda en un homenaje a la temperamental deidad hindú. Signos que no hacen otra cosa que reforzar un discurso musical tan personal como algunos de los mejores riffs que haya registrado la guitarra de Skay. La dirección de las seis cuerdas recorre el clasicismo con imaginación new wave (“Angeles caídos”), ironía country blues (“Canción de cuna”), perfección ricotera (“tal vez mañana”) y conmovedora digitación (“el viaje de las partículas”). La mitad más silenciosa de los redondos es una usina activa que hace rato dejó el plano de las comparaciones para instalarse como el violero errante que edita discos y expone en vivo todas esas marcas que el tiempo transformó en cicatrices.
Por Oscar Jalil